A diario, máxime en invierno, la piel (el órgano más extenso del cuerpo humano) sufre infinidad de rigores como la lluvia, el aire, la nieve e -incluso- el enfriamiento súbito. Todos ellos suponen una exposición a sus límites de resistencia. Por ello, necesitamos proteger nuestra piel. ¿Cómo lograrlo?
La piel es el reflejo de lo que sucede a diario dentro de nuestro cuerpo. Es el resultado de lo que comemos, de nuestras costumbres y actividades, de nuestras emociones y, en una palabra, de nuestro estilo de vida. A su manera y como cualquier atleta, en esta competición con las agresiones internas y externas, busca una medalla de oro. Para alcanzarla ha de mantener impecables sus seis cometidos: filtro desde la capa córnea, almohadilla absorbente de golpes y roces, pantalla protectora impidiendo que las bacterias y los virus proliferen, acumulador, es decir “reserva energética” y antena, trasmitiendo el frío y el calor al sistema nervioso mediante sus sensores.
Esta última función se conoce como termorregulación, y a través de ella el organismo consigue su profunda limpieza de toxinas y otros contaminantes orgánicos. Se basa en que los seres vivos de sangre caliente poseen un sistema para encontrar el equilibrio térmico denominado triple termorregulador. Se descubrió en China y es uno de los meridianos que re-corren el cuerpo permitiendo la adaptación del organismo a las variaciones de la temperatura, así como el control de la vaso dilatación y de la vasoconstricción.
Cuando no funciona, los grados corporales de temperatura interna se elevan o descienden, los mecanismos reguladores se atrofian y es cuando conviene poner en práctica las técnicas termoreguladoras, que proporcionan un auténtico reequilibrado basado en una sencilla regla: el agua fría tonifica, despierta, reactiva, y reafirma. El agua caliente (aplicada desde el exterior) seda, descongestiona y vasodilata los tejidos. El resultado, de lo más positivo, se obtiene de la combinación precisa de ambas, es decir, del contraste. ¡Hay que probar en la ducha corporal y por supuesto en las duchas faciales, porque los resultados son magníficos!
En realidad el temor al agua fría parte de un desconocimiento y quizás de una tendencia equivocada hacia lo muy agradable o calentito, que se identifica con “confortabilidad y salud placentera”. Pero es un error, porque el líquido elemento ni a baja ni a alta temperatura provocará efectos negativos si se siguen dos principios muy a tener en cuenta:
• No aplicar agua fría a la piel fría. Se debe calentar previamente con masajes, cremas, manta eléctrica, etc.
• No aplicar agua caliente a piel caliente porque se provoca una reacción cutánea fría.
Así que en las técnicas de contraste conviene comenzar con la aplicación caliente más prolongada y finalizar con la fría, de corta duración, sin pasarse.
El contraste de temperatura funciona para estimular la eliminación de líquidos y, en general, para acelerar la microcirculación sanguínea, mejorando también el tono. En esos días de cansancio extremo que has-ta cuesta trabajo abrir los ojos, resulta muy útil humedecer unos algodones desmaquillantes en agua o loción hidratante, meter-los en el congelador durante unos minutos y aplicarlos posteriormente sobre ellos todo el tiempo posible para que la vasoconstricción desinflame el párpado. Después se re-tiran y se remata el efecto tecleando el área como cuando se utiliza habitualmente el producto cosmético de su contorno. Los beneficios de bienestar obtenidos con las técnicas de contraste son muchos y diversos:
• Circulatorios: se obtiene la vaso dilatación y constricción de la red venosa y arterial activando las funciones cutáneas.
• Linfáticos: alcanzan el drenaje y la limpieza de la piel en profundidad, tanto de la cara como del cuerpo.
• Depurativos: dispersan y eliminan residuos tóxicos y refrescan los tejidos.
• Reafirmantes: la aplicación fría aumenta la densidad y reafirmación epidérmicas.
• Sudativos: la humedad interna llega a la periferia con la sangre, e hidrata los tejidos.
Y siempre, en esta canción de hielo y fuego hay una norma general: beber alrededor de dos litros diarios de agua diarios.
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