Casi más que Filomena, el temporal de nieve que ha cubierto de blanco gran parte de nuestro país, lo que verdaderamente ha zarandeado los resortes de la vida social española en este comienzo de año ha sido el anuncio de la separación de Bertín y Fabiola. Un terremoto de fuerza atroz por inesperado, aunque ahora haya quien se cuelga la medalla del presagio. La unión de Fabiola a Bertín era tal que, quizás movida por el amor o tal vez siguiendo la tradición americana, había llegado a renunciar a su apellido para anunciarse en distintos círculos como Fabiola de Osborne. Por su parte, Bertín ha asumido motu proprio el peso de la culpa del trance en un gesto más de elegancia que de otra cosa porque, en estos casos, el peso de la responsabilidad -por poco que sea- es siempre compartido.
Mucho se ha especulado durante las últimas horas sobre las causas reales de esta decisión con la que finalizan, al menos a ojos de la ley, dos décadas de relación. Porque ya se sabe que, por más que digan los papeles, lo que tardan en borrarse son las huellas en el corazón. Dice Osborne de sí mismo que «es complicado en el día a día». Es decir, que posee un espíritu indomable. Y lo cierto es que cambiar a alguien que vive entre escenarios, eventos y platós -con lo que deslumbran los focos- se antoja una tarea más ardua que la de domesticar a un toro cretense. Hace poco, un amigo me dijo que «no se puede criar a un águila en la jaula de un canario». Y puede que algo de eso haya en esto.
Lo que sí afirman quienes conocen de cerca al jerezano es que su unión con Fabiola y la familia que juntos han formado han hecho que el cantante y presentador crezca como persona. Y ahí está el gran triunfo. También en el ejemplo que ambos han dado al mantener una actitud infatigable en la lucha no sólo por educar y dar calidad de vida a su hijo Kike -sin desatender a Carlos-, sino por hacer que otros niños en su situación puedan tener los mismos medios y posibilidades. Su fundación, a una de cuyas cenas benéficas acudí con Xanty Elías, es el resultado de ese espíritu en el que la esperanza vence siempre al desaliento y a la poderosa tentación de tirar la toalla. Así que creo que Fabiola y Bertín dimiten como matrimonio pero no abdican como padres.
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