Quince edificios emblemáticos del Art nouveau en Bruselas abren sus puertas excepcionalmente este sábado en el marco de un festival sobre ese movimiento que tratará de poner en valor el vanguardismo de un movimiento que fue ejemplo de modernidad, pero que también se vio amenazado en nombre de la misma.
Perpetuar ese patrimonio y transmitir la herencia cultural de este movimiento vanguardista es el objetivo del festival organizado por la fundación Boghossian, que hoy abre las puertas de quince emblemáticos edificios del Art Nouveau de principios del siglo XX, esencia de la historia arquitectónica de la ciudad.
«Es esencial preservarlo porque fue el primer movimiento arquitectónico moderno de la historia, pero también porque los edificios cuentan una parte del estilo de vida de la época», apunta en una entrevista con Efe Thomas Detry, director de la fundación.
El Art Nouveau ocupa una de las páginas centrales de la historia artística y arquitectónica de Bélgica, que surgió a finales del siglo XIX cuando un grupo de arquitectos buscaron nuevas fórmulas que expresaran la modernidad de una época de rápidas transformaciones sociales y económicas.
Los pequeños detalles tomaron una relevancia pocas veces vistas en la arquitectura urbana, con exquisitos acabados tanto en muebles y fachadas y con especial atención en la decoración, tratando de lograr un equilibrio entre elementos modernos como el metal y la naturaleza, explica Detry.
Pero en el imaginario popular de fuera de Bruselas, el Atomium, la Grand Place, la cerveza, los gofres y las «frites» (patatas fritas) es lo que caracteriza esta ciudad, algo que a veces impide que se vean «todas las joyas escondidas», opina.
LUZ Y DETALLISMO EN LA OBRA DE VICTOR HORTA
Considerado uno de los padres del Art Nouveau, la esencia de Victor Horta continúa plasmada en las calles de Bruselas firmando durante su carrera alguno de los edificios más representativos de este «efímero» movimiento.
En su trabajo, este arquitecto de origen flamenco dio gran relevancia a la simetría, a la concepción del espacio y a la forma en la que la luz entra en el edificio. «Porque en Bélgica no solemos tener un cielo azul», comenta esbozando una sonrisa Elizabeth Horth, comisaria del museo.
Situado en la que fue su casa y taller, el museo es reflejo de cómo Horta concebía la arquitectura, cuidando y controlando hasta el mínimo detalle: diseñó hasta los pomos de las puertas y las llaves.
«Es realmente una especie de mago de los elementos decorativos y dio mucha importancia a crear un vínculo con la naturaleza», sostiene Horth de espaldas al jardín de la casa.
En el interior, se despliega un inmenso salón a dos niveles, con unos azulejos blancos en las paredes, con decenas de elementos de decoración que abarrotan el espacio. Cruzando tan solo una puerta, un enorme tragaluz protagoniza las icónicas escaleras del taller.
Pese al reconocimiento con el que contó siempre Horta, su trabajo tampoco se libró de esa idea de «modernidad, el poder del coche y las nuevas tecnologías» -afirma Horth- en una Bruselas de los años 50.
La víctima fue la Casa del Pueblo, sede del partido obrero de Bélgica que fue sustituida por una torre gris de más de 20 plantas.
«Las mismas personas que eligieron a Victor para hacer el mejor edificio fueron las que unas décadas más tarde decidieron que estaba obsoleto», lamenta Horth.
LA HUELLA DE LA CIUDAD
Integrados en el callejero bruselense, muchos de los edificios del Art Nouveau han encontrado una segunda vida, como el antiguo Old England, que ahora es el museo de instrumentos de la ciudad, o el Palacio del Vino que alberga un mercado en su interior.
El propio museo de Bellas Artes guarda un pequeño trozo de la historia de este movimiento, ya que su tienda se localiza en la antigua recepción de un hotel que recuerda a aquel salón ostentoso recreado en la película «Titanic».
A día de hoy, el Art Nouveau se mantiene como ejemplo de una modernidad pasada que aporta una nota original y artística al urbanismo del corazón de Europa.