En el céntrico barrio de La Latina en Madrid, hay un negocio en el que se trabaja como antaño, sin apenas cambio alguno: Cerería Ortega, la única cerería que fabrica sus velas que sigue abierta en la capital.
Cerramos tras nosotros la puerta de Cerería Ortega y viajamos en el tiempo, algo que se agradece sobremanera considerando el ruido exterior (estamos en el madrileño barrio de La Latina) y las prisas de este siglo XXI. Hemos cambiado de siglo y hemos aparecido en 1893, momento en el que el abuelo del actual dueño tomó las riendas del negocio: “Aunque creemos que la tienda está desde 1860, que es la edad del edificio”, dice José Manuel Ortega. No deja de hacer velas mientras le entrevistamos pero no sabe cuántas puede hacer al día. Nunca las ha contado, no le interesa, salen las que salen, dependiendo de la temperatura de la parafina, su ritmo de trabajo… Y nos da una respuesta muy gallega, no sabemos si Ortega tiene orígenes por aquellas tierras: “Depende, unos días hago más, otros menos”. Y añade: “Aquí el tiempo no se mide”. Se lo hemos dicho: esta tienda es un bálsamo en enloquecido ritmo de Madrid…
No hay prisa en la Cerería Ortega, pero tampoco pausa, no en vano José Manuel lleva viniendo a la tienda desde los 14 años (y ahora tiene 67): por las mañanas iba al cole, y por la tarde, a ayudar en la cerería. ¿De jubilación ni hablamos? “No, y menos ahora que mi mujer (Silvia Misena, la otra pata de este negocio centenario) también está conmigo en esto. Para qué quiero jubilarme, no me interesa quedarme en casa ni ir a ver obras en la calle”. Misena, que se encarga de atender al público (que no deja de entrar en el rato que tardamos en grabar este reportaje) y es la innovación y desarrollo de esta tienda con solera, asiente: “Llevo 8 años aquí, desde que me dijo un día que le viniese a ayudar con la olla”, comenta riendo.
La olla es donde está la parafina fundida porque en esta cerería los procesos de elaboración no han cambiado desde 1893 y los aparatos son los mismos: se hacen las velas por inmersión o “noque”, explica Ortega mientras elabora con un aparato rudimentario y algo tosco pero que lleva funcionando desde los inicios: ¿Nunca se ha estropeado? “Alguna vez hubo que cambiar alguna de las cuerdas”, dice. Rudimentario 1, Obsolescencia programada O.
El proceso es así: los bloques de parafina se rompen y funden en la olla. Cuando está fundida, esa cera pasa a rellenar el noque, que es donde propiamente se hacen las velas. Las mechas se van introduciendo entonces en la parafina fundida y van engordando en distintos baños, hasta conseguir el diámetro deseado: damos fe, se necesitan varios baños. Se pueden hacer de diferentes tamaños y ahí el grosor lo marca un elemento denominado terraja.
¿Y las velas de cera de abeja? “La cera de abeja apenas se usa, porque apenas hay y es muy cara”, comenta. Y le quitan algo de mala prensa a la parafina: “Se critica mucho, pero es que hay muchas calidades de parafina. Nosotros las compramos a Repsol, Cepsa.. es parafina de gran calidad”, aclaran. Y eso se nota, dicen, en la calidad de las velas: “Mucha gente ha probado a comprarlas en otros sitios pero acaba volviendo aquí, porque estas velas duran más”, añade Misena.
Las velas las hacen de veinte en veinte y el equipo completo son 120 en total para las de 28 milímetros de diámetro.
Misena se encarga de la I+D+i: busca nuevas ideas, innova (ahora lanzaron unas velas de Star Wars, las tienen de Patrulla Canina, de los Minions…) Hay hasta la famosa figura de la sevillana, pero en vela: pintadas y barnizadas a mano. Antes vendían sobre todo en comuniones y en Semana Santa pero ahora, con la pandemia, eso se ha acabado… de momento. “Muchos clientes vienen porque les traían sus padres y otros porque ahora, con esta situación complicada, entienden que este tipo de negocio artesanal, de barrio, hay que echarle una mano para que sobrevivan”, explica Ortega.
¿Cuáles son las velas que más venden? Pues en esto también, otro viaje al pasado: son las denominadas de “apagón”. En definitiva, las velas largas que se ponen en el cuello de una botella: “Es que antes había muchos apagones”, dice Ortega. De ahí viene el nombre y así se quedó.
Quien más, quien menos tiene velas en casa, ¿verdad? Aportan calidez, dan ambiente, color… Pero, ¿cómo diferenciamos una vela de calidad de una que no lo es? “La llama tiene que ser bonita, bajita… El olor, el tacto de la vela tiene que ser agradable. Mucha gente compra velas por ahí fuera y no huelen bien, la llama resultante no les gusta y luego acaban volviendo aquí”, dice Misena.