Charlène Wittstock era una nadadora de éxito (fue miembro del equipo de relevos de 4×100 m estilos de Sudáfrica) cuando conoció al príncipe Alberto en el año 2000. Solo tenía 22 años y se acababa de colgar la medalla de oro en una competición en Mónaco. Seis años después, ambos compartieron gestos cómplices en los Juegos Olímpicos de Invierno de Turín: la relación estaba en marcha y el soltero de oro de la realeza europea por fin había encontrado a la mujer con la que casarse. La boda tuvo lugar el 1 de julio de 2011 en el Principado de Mónaco, pero no fue exactamente un enlace de ensueño. Desde las lágrimas y la seriedad de la novia (espectacular con un vestido de Armani) a la frialdad que revelaba el rostro de Carolina de Mónaco, aquel no parecía el mejor de los comienzos para su vida como princesa.
La sudafricana se tuvo que adaptar a una vida que nada tenía que ver con la suya, alejada de las piscinas, de su país natal, de su familia y de sus amigos. Los rumores no cesaban en torno a ella, el ansiado heredero que no llegaba, su ausencia en citas oficiales y familiares importantes… estaba llamada a ser la heredera de la princesa Grace como primera dama pero su vida en el principado se tornaba cada vez más asfixiante. La apodaron entonces «La princesa triste», por su rostro afligido en cada cita pública. En diciembre de 2014 nacieron sus hijos, Jacques y Gabriella, y parecía que las aguas se calmaban un poco.
Pero Charlène seguía mostrándose esquiva en los actos públicos, como si no terminara de encontrar su lugar dentro de la casa real monegasca. La princesa se volcó en sus hijos y en sus tareas benéficas y un viaje a Sudáfrica para luchar por la fauna salvaje hizo que su vida diera un giro: la diagnosticaron una infección y se vio obligada a permanecer en África, lejos de sus hijos, durante seis meses. Nunca se aclaró del todo la naturaleza de su enfermedad pero tardó 15 meses en regresar a un acto público en el Principado de Mónaco.
Ahora, Charlène cumple 45 años y, tras más de una década como princesa, parece haber encontrado su lugar. Es una madre amorosa, cumple con su agenda oficial mostrando su faceta más abierta y cordial e incluso ella misma ha negado los rumores de separación que siempre han perseguido a la pareja. Además, sus padres se han instalado en Mónaco, para estar más cerca de su hija y acompañarla en esta nueva etapa.