Lo llamaron Club Inglés Bellavista, y fue fundado en 1878, sin dejar de funcionar desde entonces, salvo por los efectos de la pandemia, ya que se mantuvo en pie incluso durante la Guerra Civil, gracias a una enorme bandera británica, que se puede ver aún en su salón, que ondeaba en un mástil sobre su tejado, para que se identificase como territorio de su graciosa majestad y se librase de las bombas.
El club, de hecho, como el propio barrio de Bellavista, está, igual que en el siglo XIX, pegado al pueblo, pero a la vez estaba alejado de él, con las casas de su última calle dándole la espalda a los riotinteños, que en 1995 consiguieron, de todas formas, que la institución abriese para todos los públicos, y hoy día tiene medio millar de socios que pagan una cuota de 35 euros al mes, el doble en verano para mantener su piscina, y solo se exige una cuota inicial de 600 euros para hacerse socio.
Si es verdad que, como explica a Efe el presidente del club, Manuel Ángel Centeno, la pandemia golpeó al club, que hoy solo abre de 12:00 a 15:00 horas y no tiene servicio de bar, además de lo complicado que es gestionar una institución cuyos socios, en muchos casos, solo lo visitan en verano, “pero hay que seguir avanzando, haciendo cosas nuevas”, y trabajando, además, en las reformas que necesita un edificio tan antiguo, que requiere un gran mantenimiento.
“La gente es consciente del valor del club, pero parece que hay una parte de la población que tiene resquemor de los ingleses y no lo ve con mucho agrado”, explica Centeno, que se refiere así a cómo hay personas en la comarca que aún no han perdonado el enriquecimiento de los británicos a costa de su gente, de forma inversamente proporcional a los riotinteños de la época.
Pero, a pesar de eso, el club sobrevive, con paradojas como el hecho de que una mujer, Teresa Delgado, sea la guía que muestra salas como la Men Only, donde hasta hace unas décadas no podían entrar mujeres, a menos que su pareja aportase una botella de whiysky como salvoconducto, una de las curiosidades de un lugar que, en una sala paralela, tiene la mesa de Snooker más antigua de España, una modalidad del billar inventada en Reino Unido que se juega con bolas de varios colores, cuya caja original del siglo XIX se conserva intacta.
Teresa es la vocal de piscina de la junta directiva, y socia hace 20 años, y aboga por “hermanar” todo el legado inglés del pueblo como un gran atractivo turístico, y que se pueda visitar, por ejemplo, el cementerio protestante, cerrado con una puerta oxidada que impide ver sus 56 tumbas, 47 protestantes y nueve católicas, entre ellas la del último director general de la Rio Tinto Company Limited, Charles Robert Julian.
El paseo con Teresa por el club, con parada en su impresionante biblioteca, es un viaje en el tiempo, observados por la mirada del retrato de Walter Browning, jefe de la explotación minera entre 1908 y 1927, que se adaptó tanto a la provincia que aprendió español con fluidez y pasó a la historia como ‘The King o Huelva’, en un lugar en el que hasta en su cuarto de baño rezuma historia, porque se conserva igual, hasta con su firma, que cuando lo diseñó George Jennings, el ingeniero británico fallecido en 1882 que distribuyó la imagen inglesa por todo el mundo en forma de aseos.