La reconciliación del legado de los escultores Eduardo Chillida y Jorge Oteiza se produce ahora, veinte años después de sus muertes, en una exposición «sanadora de antiguas heridas», que reúne por primera vez obras de ambos artistas vascos en exclusiva y que podrá visitarse hasta el día 2 de octubre en San Sebastián.
La muestra, que tiene lugar en el Museo San Telmo, supone el reencuentro en su tierra de estos dos creadores universales, que hace 25 años sellaron su paz con un mediático abrazo que puso fin a tres décadas de áspero enfrentamiento.
El comisario de la exposición, Javier González de Durana, ha asegurado que «el abrazo de verdad, el abrazo auténtico» entre las figuras históricas de Chillida y Oteiza se materializa en esta muestra «curativa» que concilia el legado de dos figuras clave en la escultura internacional de la segunda mitad de siglo XX.
En total 121 obras «conversan» en las nueve secciones en las que se divide la exposición «Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Diálogo en los años 50 y 60», organizada por el Museo San Telmo con la colaboración de Bancaja, en cuya sede de Valencia se pudo visitar anteriormente.
El comisario ha explicado que uno de los requisitos que fijó para llevar adelante el proyecto fue la participación de las instituciones legatarias de ambos artistas, estos es, la Fundación Museo Jorge Oteiza de Alzuza (Navarra) y Chillida Leku, en Hernani (Gipuzkoa), para culminar también ese «acercamiento simbólico» y «reconciliar lo que podía haber de distante todavía».
Ha agradecido que ambas instituciones se sumaran al proyecto pese a la «frialdad» con la que acogieron inicialmente la propuesta de montar esta exposición conjunta en la que ambos artistas están situados en un plano de igualdad, ya que Oteiza firma alguna pieza más, que se compensa con el mayor tamaño de las obras de Chillida.
El segundo requisito de Durana para comisariar la muestra fue que se acotara a dos décadas -los años 50 y 60- en las que ambos forjaron una amistad, se interesaron por la obra del otro y conocieron el éxito internacional, sin haberse distanciado todavía.
Profundamente distintos de carácter y, por tanto, muy diferentes como artistas, sin embargo, durante los años 50 y 60 compartieron intereses e inquietudes creativas, participaron en proyectos culturales y estuvieron envueltos por el espíritu de la época.
La selección de obra se ha realizado desde una perspectiva cronológica, comienza en 1948 con dos viajes, el de regreso a España de Oteiza tras vivir en Latinoamérica y el de Chillida a París para convertirse en escultor, y concluye en 1969, cuando el primero culmina la estatuaria del Santuario de Arantzazu y el segundo coloca su primera obra pública en Europa, ante el edificio de la Unesco en París.
La muestra está dividida en nueve secciones, en las primeras de las cuales las obras de ambos aparecen separadas para entremezclarse a medida que avanza un recorrido que permite al espectador vislumbrar los caminos divergentes de dos artistas que coinciden en los materiales y en el concepto del vacío pero que siguieron una evolución diferente con un Chillida más filosófico y unido a la naturaleza, y un Oteiza más lógico, racional y geométrico.
Estas divergencias quedan patentes en los títulos que ambos escultores otorgan a sus obras ya que «El Peine del Viento» o el «Arco de la Libertad» de Chillida contrastan con las denominaciones científicas que suele emplear Oteiza, entre ellas, «Caja metafísica por conjunción de dos triedros» o «Construcción vacía con cinco unidades».
La exposición dedica un espacio central a los trabajos que Chillida y Oteiza realizaron para el santuario de Arantzazu, cuyas puertas pueden verse ahora en San Sebastián tras haber salido por primera vez del enclave religioso guipuzcoano.