El Palacio de Viana es una de las residencias nobiliarias más antiguas de Madrid, y recorrer su historia supone acompañar la de algunos de los personajes importantes en el devenir de este país. Los pavimentos de sus patios y salones de baile han sido recorridos, entre otros, por reyes, duques, marqueses, poetas románticos, una brigada anarquista y ministros de Asuntos Exteriores.
En la actualidad, el edificio, que se encuentra en el conocido como Barrio de los Austrias de Madrid, es la residencia oficial del ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación. Aquí recibe a sus homólogos de otros países, celebra comidas y recepciones y firma acuerdos internacionales.
Pero mucho antes de la época actual, el palacio se erigió como residencia. La mandó levantar, a finales del siglo XV, un matrimonio de la corte de los Reyes Católicos: Beatriz Galindo y Francisco Ramírez de Madrid; moza de cámara de Isabel la Católica, ella, y secretario de Fernando el Católico, él.
“Beatriz Galindo era conocida en la corte como La Latina”, desgrana Enrique de Álvaro, Jefe del Área de Ceremonial de la Dirección General de Protocolo del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación. “Galindo fundó dos monasterios y un hospital, conocido como el Hospital de La Latina, que terminó dando su nombre al actual Barrio de La Latina madrileño”.
Lo cierto es que Beatriz Galindo era una mujer adelantada a su tiempo, que se dedicó a comprar tierras del que por entonces era el arrabal de San Millán y fue la impulsora del urbanismo de esa zona de Madrid.
La vivienda pasa de padres a hijos a lo largo de los siglos, sufriendo distintas remodelaciones que seguían los dictados de la moda del momento. Hasta la llegada del siglo XIX en el que su inquilino, el tercer duque de Rivas, el escritor romántico Ángel Saavedra, “poeta, diplomático, político (fue presidente del Consejo de Ministros durante unos días), presidente del Ateneo de Madrid, intelectual”, recalca Enrique de Álvaro, es quien realiza la última gran reforma, al gusto romántico de la época, y que le otorga al edifico el aspecto tal y como lo conocemos hoy.
Una de las salas que más sorprenden al visitante es el salón de baile que mandó construir el duque de Rivas, una de las joyas del palacio, como reconoce Fernando Espinosa de los Monteros, autor de la última rehabilitación del edificio. “Cualquier palacio de la época, y más el de un conquistador como era el duque de Rivas, tenía su salón de baile, donde invitaba a las damas y las sacaba a bailar. Tiene un pequeño escenario, para una pequeña orquesta de cámara”.
El séptimo retoño del duque de Rivas, Teobaldo Saavedra, será quien finalmente se quede con la propiedad. Es el primer Marqués de Viana, de quien toma el palacio su nombre.
Durante la Guerra Civil, el Palacio de Viana fue escenario de un episodio de lo más rocambolesco. Melchor Rodríguez, sindicalista, anarquista y delegado de Prisiones en la zona republicana de Madrid, se incauta del palacio al frente de una escuadrilla de la FAI, la Federación Anarquista Ibérica. En su interior ofreció refugio a perseguidos por el gobierno de la República, como sacerdotes y militares, que muy probablemente habrían sido ajusticiados de no haber sido acogidos por los hombres de Rodríguez.
“Cuando Melchor Rodríguez y sus hombres de la FAI se incautaron del palacio”, afirma De Álvaro, “hicieron un inventario de todos los bienes con el mayordomo. Al terminar la guerra, Melchor Rodríguez entregó de nuevo el palacio al marqués de Viana, con el inventario, y no faltaba nada”.
Esta conducta le valió el sobrenombre de Ángel Rojo, pero no le salvó de ser juzgado en sendos consejos de guerra tras el fin de la contienda. Sin embargo, los testimonios de importantes jerarcas del régimen franquista (entre ellos, el del comandante Agustín Muñoz Grandes, jefe de la División Azul que Franco envió al frente ruso en apoyo al ejército alemán) le libraron de la pena de muerte. Pero esa es otra historia.
Al tiempo que el Ángel Rojo sufría las penurias propias de un anarquista bajo una dictadura militar, el Palacio de Viana cambiaba de propietario. El Ministerio de Asuntos Exteriores primero alquila y finalmente adquiere el edificio y lo convierte en la residencia del ministro. Para adecuarlo a las crecientes necesidades de un edificio administrativo, el palacio ha sufrido varias reformas y rehabilitaciones. La más importante y reciente, la llevada a cabo a principios de siglo por los arquitectos Fernando Espinosa de los Monteros y Ramón de Arana.
“Era un proyecto complejo”, rememora Espinosa de los Monteros. “Tenía la dificultad de restaurar un edificio histórico de altísima importancia, y adaptarlo a un uso nuevo, contemporáneo, con nuevas tecnologías y nuevas necesidades”.
En estos proyectos, la investigación previa es fundamental, para conocer antiguos planos, grabados o, incluso, la personalidad de sus antiguos moradores. “Es muy importante conocer al genio del lugar, en este caso, el duque de Rivas”, asegura el arquitecto, “que nos dio muchas pistas sobre por qué se hizo esto, cómo se hizo esto, cuándo se hizo. Él era un poeta romántico, y la reforma que él impulsó responde a eso”.
Además de la rehabilitación del palacio, de sus patios, columnas y salones, los arquitectos realizaron una ampliación del edificio para crear un espacio que albergase salas multifuncionales y una moderna residencia para el ministro. Para ello, ganaron espacio al jardín, y forraron todo el espacio con unas celosías de madera “para ganar privacidad y confort térmico”, explica Espinosa de los Monteros.
Hoy, el palacio alberga una importante colección de arte colgada de sus pareces o sobre aparadores: tapices de la Real Casa de Tapices, pinturas y retratos de enorme valor y la importante colección de relojes de época del Ministerio. “Todas las semanas viene al palacio el relojero para ponerlos en hora”, señala Enrique de Álvaro.
“Gracias a la intervención en el edificio, hemos conseguido que el Palacio de Viana vuelva a deslumbrar por su interés”, afirma Fernando Espinosa de los Monteros. “Es historia de Madrid. Es un edificio bien diseñado y bien trazado, y que se conserva hasta nuestra época, por lo que nos muestra el pasado de la ciudad y nuestra historia. Es una prueba clara de que cuando se interviene en el Patrimonio con criterio, con proceso y con sensibilidad el éxito está garantizado”.
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