Recubierto de una capa de mitos tan antigua como su propio origen, el monumento milenario de Stonehenge se desempolva ahora de tópicos para mostrarse como lo que fue: el punto neurálgico de un mundo cosmopolita, cuyos tentáculos se extendían incluso por la Europa continental.
Lejos de ser una creación sobrehumana, aislada en el tiempo y en el espacio, los círculos de Stonehenge nacieron y crecieron en una era de enorme conectividad, que se prolongó durante 1.500 años en los que la humanidad vivió espectaculares cambios sociales y tecnológicos. Hoy esas piedras siguen fascinando tanto como ya lo hacían en la antigüedad.
Todavía guardan innumerables misterios, pero gracias a la ayuda de la ciencia ya se sabe mucho más sobre quiénes lo construyeron, cómo lo hicieron, para qué lo erigieron y cuándo comenzó su declive.
Con la intención de presentar el monumento sin la sombra de los druidas, del mago Merlín, o de tantos clichés esotéricos que se le atribuyen, el British Museum de Londres abre la semana que viene la mayor exposición realizada nunca en el Reino Unido sobre este icono nacional.
En tiempos de Brexit, el museo presenta una muestra que parece nadar a contracorriente: desde hace 5.000 años, cuando llegan las primeras piedras a Stonehenge desde el oeste de Gales, la historia de la isla británica no puede entenderse sin la influencia y el contacto con el continente.
Junto al círculo megalítico más famoso del mundo, en un amanecer radiante que todavía realza más la belleza del conjunto, el comisario de la exposición «El mundo de Stonehenge», Neil Wilkin, explica a Efe que su idea ha sido mostrar el monumento en su contexto para que se puedan entender mejor todos sus puntos de conexión.
«Uno piensa que Stonehenge es un monumento inglés y británico, y cuando empieza mirar, ve que los tentáculos se extienden por toda la isla y a través de Europa», dice el experto del Museo Británico. UN RITUAL DE GENERACIONES Más de 430 objetos del Neolítico y la Edad de Bronce procedentes de 35 instituciones del Reino Unido e internacionales arrojarán luz sobre ese crisol de civilizaciones que se sucedieron y a veces se superpusieron, dejando de una forma u otra su huella.
«Stonehenge es un templo, pero todo a su alrededor es básicamente un cementerio», señala Wilkin. Desde la llegada hace cinco milenios de las «piedras azules» -las más pequeñas y que se hallan en el interior de los círculos concéntricos- hasta que su importancia empieza a decaer, pasan 1.500 años en los que Stonehenge no deja de ser transformado. Los solsticios de verano e invierno eran el gran momento ceremonial en Stonehenge.
No en vano, las rocas están alineadas con ese fin, y aún a día de hoy las autoridades permiten el paso al interior del círculo solo en esas fechas concretas. Familias enteras viajaban desde lugares remotos para visitar el lugar y probablemente participar de alguna forma en su construcción. «Podía ser algo similar a la peregrinación a La Meca para los musulmanes; un ritual que se hacía una vez en la vida y a lo que consagrabas un año de tu vida», dice el comisario.
De hecho, participar en la mera creación del monumento formaba parte de su significado ritual, según los últimos estudios. En el momento del esplendor de Stonehenge, cuando ya había adquirido su forma actual, un brusco cambio social tuvo lugar en la isla: los pobladores de la cultura campaniforme llegan desde el continente y traen además el uso del metal.
En apenas dos siglos, reemplazan a la población autóctona de la isla. Uno de los tesoros más valiosos que explican ese momento es el llamado arquero de Amesbury, sepultado en las cercanías junto a más de cien objetos (entre ellas las dos piezas doradas más antiguas que se han encontrado en Gran Bretaña).
Los restos del arquero, que se conservan en el cercano museo de Salisbury y se exhibirán en el British, evidencian que llegó desde la actual Suiza o Alemania, sabía tratar el cobre y probablemente participó en la fase más icónica del monumento.
«Las dagas más parecidas a los cuchillos que aparecieron en su tumba se han encontrado en España», recuerda el director del museo, Adrian Green.
Hace 3.500 años, otro seísmo social marca el declive de su importancia, cuando el comercio marítimo con el continente a través del canal se hace más fuerte y otras influencias desembarcan en la isla. Pero las suaves lomas del condado de Wiltshire, al oeste de Londres, acogen decenas de yacimientos que son tan o más importantes que las rocas de Stonehenge.
Se trata de una región que la iniciativa «Great West Way» está tratando de recuperar para el turismo local e internacionales. Normalmente los viajeros ventilan de un plumazo en un solo día la visita a Stonehenge, a la cercana ciudad de Bath y al castillo de Windsor. Solo los muy interesados pasarán por el asombroso círculo megalítico de Avebury, más grande que el de Stonehenge, o el gran túmulo de West Kennet, una tumba neolítica en óptimo estado de conservación.
Y tampoco son muchos quienes se detienen en el mencionado museo de Salisbury o en el de Wiltshire, pese a que ambos albergan gran parte de las joyas prehistóricas que se han excavado en la zona.