Demostrar que el ladrillo puede ser obra de arte fue la máxima de Eladio Dieste, el ingeniero uruguayo cuya ‘Facultad de arquitectura’ fue una rupturista iglesia para una humilde comunidad que, sin saberlo, le dio 60 años después un boleto en la recta final para ser designado Patrimonio de la Humanidad.
Entre amplios espacios verdes, en una zona rodeada de carreteras y apartada del centro de Atlántida, localidad costera ubicada a unos 50 kilómetros de Montevideo, emergen sus suaves curvas anaranjadas -que tanto recuerdan al gran maestro modernista Antoni Gaudí- como salidas de un perfecto dibujo.