Dice el refranero que «cada maestrillo tiene su librillo». Y los puros no podían ser menos. Fumar un puro, un cigarro, es todo un ritual. Y este comienza con el encendido. Como cualquier placer, el fumarse un habano hay que saber disfrutarlo. Lo primero, como los buenos vinos, hay que olerlo, tocarlo suavemente -sin aplastarlo- y dejarnos envolver por su aroma. Uno elige y escoge su habano. Esto es una cuestión de gustos. Cada cual tiene sus preferencias por las marcas, el cepo o la capa. No hay que olvidar recrearse en los detalles.
Lo primero que es recomendable es encender el habano antes de cortarlo. De esta forma se potencia el aroma y el sabor de las primeras bocanadas. Lo ideal para el encendido son las láminas de cedro que, en todos los tubos de aluminio, envuelven al puro. En caso de hacerlo con un mechero, que este sea de gas. ¡Nunca usar de gasolina!, impregnan al habano de un sabor desagradable; tampoco se deben usar cerillas con mucho azufre y, sobre todo, hay que esperar a que el azufre se haya evaporado, así logramos que el sabor del habano se mantenga intacto.
Tres son los pasos básicos:
1. Coloca el puro en un ángulo lo más aproximado a los 45º.
2. Gira el puro sobre la llama, caliéntalo, hasta que veas un circulo uniforme alrededor de la capa (última hoja que envuelve al puro y de un color característico).
3. Corta el puro. Hay distintos modelos, escoge el que más cómodo te resulte. Pero ¡mucho cuidado! Corta la cabeza del habano como máximo 2 ó 3 mm; hay que hacerlo con cuidado para no dañar la capa, y al mismo tiempo debe ser un corte limpio, rápido y enérgico.
A partir de ahí… tómate tu tiempo. Disfrútalo, fuma con tranquilidad, si aspiras demasiado rápido, de forma repetida, el puro se calentará en exceso y perderá su esencia. No es necesario tragarse el humo. El sabor y la fortaleza de un habano, como los buenos vinos, se disfrutan en la boca. Un último consejo: no tires la ceniza del puro como se hace con los cigarrillos, la ceniza permite que el habano arda a la temperatura exacta.
Si ves que hay demasiada ¡no golpees el puro! Acércalo a un cenicero y deja que caiga de manera natural. El último paso, el final del puro, depende de cada uno. Según el momento, la ocasión o el propio habano lo puedes dejar antes o apurarlo hasta el límite. Hay quien disfruta al máximo de ese último tercio. Cuando hayas decidido que ya no fumas más ¡no lo aplastes!, se romperá y produce un olor desagradable; simplemente colócalo en el cenicero y deja que se apague por sí solo. Un habano es un tesoro y, como tal, precisa un final digno.
Ilustres, y no tan ilustres, fumadores de puros
Desconozco si los encendían con madera de cedro, con mechero de gas o bien con el terrible de gasolina. Lo que sí es cierto es que todos nuestros personajes eran grandes fumadores. El más ilustre, sin ninguna duda, Sir Winston Churchill. Dicen los que lo conocieron que desde primera hora de la mañana tenía en las manos un habano. De hecho uno de ellos, el Julieta Nº2, se le conoce por Churchill. Un señor puro. Unas medidas de escándalo, 178 mm de largo –casi 20cm– y un cepo 47, 18.65mm. Todo un puro.
Pero no es el único famoso. A ambos lados del atlántico hay aficionados al placer de fumar un habano. El gremio de los actores está a la cabeza. Mel Gibson, Anthony Hopkins o Arnold Schwarzenegger. Otro de los aficionados, no es de extrañar por su origen, es Andy García. El excéntrico y versátil Jack Nicholson es, también, uno de los actores más apasionados de los habanos. Dentro de nuestras fronteras, dos mundos marcan el gusto por fumar puros: los toros y la política.
Entre los primeros Morante, se fuma uno antes de torear; o Juan José Padilla, otro de los espadas muy aficionado a los habanos. Sin olvidar al radiofónico Carlos Herrera. Otro hombre de las ondas, buen fumador, el azote de equipos de fútbol –sobre todo de sus presidentes– Jose María García. Entre los segundos, los políticos, el ex ya fumador de puros Mariano Rajoy, o el, desgraciadamente fallecido Adolfo Suárez, que los alternaba con sus Ducados Internacional. No sé si lo da el poder o, más en concreto, La Moncloa, pero otro de sus inquilinos, Felipe González, los fumaba expresamente enviados por Fidel Castro. Y para no levantar suspicacias, también España contaba con una gran fumadora: Sara Montiel. El placer y la experiencia de un habano, no distingue sexo, política o creencias. Hay que olerlo, encenderlo (bien, por supuesto) y disfrutarlo.