La solían llamar “la isla sin verde”, porque solo había cemento y hormigón, pero cuando la población abandonó este islote en 1974, la naturaleza regresó, como lo hace siempre que el hombre cesa su actividad. Nos referimos a Hashima, una isla japonesa situada a unos 20 kilómetros de la ciudad de Nagasaki.
Esta pequeña isla, de 400 metros de largo y 150 de ancho, fue uno de los lugares más densamente poblados del planeta y aunque en la actualidad tiene un aspecto apocalíptico, con sus enormes edificios abandonados, que bien podría ser escenario de Walking Dead, en su día fue un hervidero de vida.
A Hashima también se la denomina Gunkanjima, que significa acorazado, porque en su día sus propietarios, la empresa Mitsubishi, levantaron una muralla alrededor para proteger a la población de los tifones.
La historia de esta isla arranca en 1887 cuando se descubre una veta de carbón en el subsuelo marino, a unos 200 metros bajo la isla. Unos años después Mitshubishi compra el islote para explotarla y en 1889 ya se habían perforado dos túneles verticales que conectaban con el fondo. A medida que la producción de carbón se iba incrementando (en 1916 la mina producía 150.000 toneladas de carbón), la población de la isla y también, las construcciones, iba aumentando hasta el punto en que se convirtió en un hormiguero humano.
La I Guerra Mundial
Llegó la I Guerra Mundial y con ella aumentó la demanda de carbón: en Hashima se producían miles de toneladas a costa de durísimas jornadas de trabajo. En la superficie ya vivían cerca de 3.000 personas y eran muchas las familias que pedían residir allí a pesar de la dureza de las condiciones porque los salarios eran buenos. Mitshubishi empezó a construir los primeros edificios de hormigón armado destinados a los obreros, construcciones básicas carentes de todo lujo: se trataba de colmenas de una habitación con una ventana, una puerta y el vestíbulo. Los baños y la cocina eran compartidos aunque no para los empleados de Mitsubishi o el personal de mayor jerarquía.
En 1917 se construyó en el centro de la isla el que fuera el edificio más alto de Japón, con nueve pisos y a partir de entonces la isla se ganó el sobrenombre de “la isla sin verde” porque no había espacio alguno ni para la naturaleza. También se construyeron una escuela, comercios, un cine, un hospital, casinos, un santuario, pistas de tenis, cafés e incluso, una piscina pública. No había coches puesto que por las dimensiones del terreno y su alta población era imposible circular.
El año del ataque de Pearl Harbor, en 1941, la producción anual de carbón había alcanzado las 410.000 toneladas, una locura. Como no había mano de obra porque casi todos los hombres estaban en el frente de batalla (recordemos que el mundo estaba inmerso en la II Guerra Mundial), utilizaron a prisioneros como mineros para seguir extrayendo carbón. En 1945 habían muerto más de 1.300 trabajadores en la isla debido a las condiciones extremas que soportaban en la mina y en la isla.
Llega el petróleo y el declive
A principios de los años 60 Hashima alcanzó una población de 5.000 personas, su máximo, pero a partir de ahí empezó el declive, coincidiendo con el nacimiento de la Opep, la Organización de Países Exportadores de Petróleo. El crudo empezó a sustituir al carbón y empezaron a cerrarse minas: Mitsubishi tuvo que trasladar a los trabajadores a otras zonas y el cierre oficial de la mina tuvo lugar en 1974.
No fue hasta 2002 que la empresa donó la isla a Nagasaki y en 2009 fue reabierta para los turistas. En 2015, la isla fue considerada por la Unesco como Patrimonio Mundial de la Humanidad y hoy es un destino de peregrinación de amantes de lo morboso, que viajan desde el puerto de Nagasaki en cruceros privados para contemplar de cerca los esqueletos de los edificios que siguen en pie. La visita dura una hora y los curiosos no pueden acceder a todas las zonas: por ejemplo, los edificios de apartamentos 30 y 31 son los únicos que pueden contemplares y sin acceder a ellos.
En este vídeo puedes hacerte una idea de cómo está la isla en la actualidad aunque si eres fan de la saga de James Bond, seguro que recordarás el encuentro entre el agente OO7 protagonizado por Daniel Craig y su enemigo Raoul Silva (Javier Bardem). Esta cita tuvo lugar en Hashima, donde se rodó Skyfall y en la cinta pueden contemplarse las impresionantes ruinas de lo que fueron las viviendas de los mineros. La piel de gallina está asegurada.