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La biblioteca de París que plantó cara a los nazis

Creada durante la Gran Guerra para enviar libros a los soldados, la Biblioteca Americana de París fue durante la Segunda Guerra Mundial un pequeño foco de resistencia ante los nazis, como revela la estadounidense Janet Skeslien Charles en su última novela.

«La Biblioteca de París», publicada esta semana en español por Salamandra, recupera la hazaña de una decena de libreros que pusieron su vida en riesgo para hacer lo que creían correcto, una enseñanza de la que Skeslien Charles, estadounidense asentada en Francia desde hace veinte años, cree que podemos aprender hoy.

«No sé si podemos decir que integraron la Resistencia pero sí que resistieron. A su nivel hicieron lo que pudieron. Eran tiempos muy difíciles y muy siniestros».

Esta profesora de escritura trabajó entre 2010 y 2012 como gestora de programación de la Biblioteca Americana, situada hoy en un edificio moderno cercano a la Torre Eiffel, y descubrió la desconocida historia de los antiguos trabajadores.

HÉROES ANÓNIMOS

Entre ellos la directora Dorothy Reeder, que se negó a abandonar Francia cuando las autoridades le recomendaron hacerlo, o el librero de origen ruso Boris Netchaeff, que recibió un disparo durante una inspección de la Gestapo y vivió hasta los ochenta años con solo un pulmón (lo que no le impidió seguir fumando hasta la vejez).

El equipo de la biblioteca, creada en 1920 a partir de los fondos donados durante la Primera Guerra Mundial para enviar libros a los soldados que estaban en el frente, consideró que tenían que volver a defender los valores que habían supuesto la creación de la institución veinte años antes.

Así, pese a que en 1939 los nazis habían destrozado la biblioteca polaca, la rusa o la ucraniana (donde secuestraron y mataron al director), la americana trató de continuar por todos los medios.

El único requisito que le impusieron para seguir abierta fue no recibir a los miembros judíos, pero para no dejarlos atrás siguieron llevándoles libros a escondidas.

«Gemma Rovira, la traductora de mi libro, me contó que durante el confinamiento en España la gente llamaba a sus libreros y quedaban en la sección de verduras del supermercado para recuperar sus libros. Eso muestra la sed de libros y la necesidad de comunicación en tiempos difíciles», dice la autora.

Una historia que hoy conecta con la actualidad de muchos países, como Francia, donde los ciudadanos reclamaron en los dos primeros confinamientos que las librerías y bibliotecas fueran consideradas comercios esenciales para impedir su cierre. Después de muchos meses lo lograron.

LEER MÁS Y COMPRENDER MEJOR

La novela, incluida en la lista de más vendidos de The New York Times tras su publicación en inglés en febrero, sigue la historia del París ocupado a través del personaje principal, Odile, trabajadora de la biblioteca, y Lily, una joven estadounidense con quien Odile crea amistad cuarenta años después.

Pese a la diferencia de edad que las separa ambas consiguen comprenderse cuando aprenden a escucharse sin tratar de juzgar.

«Creo que nuestro problema hoy es que no escuchamos, estamos demasiado ocupados hablando. Espero que con el libro la gente se dé cuenta que es importante no juzgar. Las personas toman decisiones distintas por razones que a veces no podemos comprender», opina.

La Biblioteca Americana guarda en sus archivos fotografías de Dorothy, Olivia, Boris y otros muchos que aparecen tomando café o discutiendo sobre libros, pero también soldados heridos y amputados junto a las estanterías en las que en los años que siguieron a la guerra pudieron encontrar refugio.

La institución logró entonces salir adelante gracias al patrocinio de millonarios anglófonos, miembros de la aristocracia y escritores comprometidos como la escritora Edith Wharton («La edad de la inocencia», «La solterona»), que no es el único nombre conocido que aparece en esta historia.

Ernest Hemingway era un abonado asiduo así como Henry Miller, de quien las fichas de préstamos muestran que tenía una pequeña afición por robar libros.

Hoy, la biblioteca, que acaba de ser renovada, sigue acogiendo a estudiantes y lectores de todo el mundo y celebra cada semana encuentros gratuitos con escritores. Una forma de mantener la luz del faro encendida, incluso en los tiempos más oscuros.