En la historia del frontón del Beti Jai hay dos vidas y una muerte. Nosotros comenzaremos por el segundo de sus nacimientos, pocos años después del comienzo del presente siglo. Y como las buenas historias, la del Beti Jai (“siempre fiesta”, en euskera), comienza con una leyenda que contaban los viejos del madrileño barrio de Chamberí, y que aseguraba que, tras una fachada cubierta por una lona, se escondía un recinto mágico y colosal, en el que más de un siglo antes se disputaban partidos de pelota vasca.
Hace poco más de una década, un vecino del barrio, pero nacido en Bilbao, oye la leyenda y decide averiguar qué hay de cierto en ella. Logra convencer al guardia de la finca, paisano suyo de la ciudad vasca, para que le deje acceder al recinto. Y no logra dar crédito a lo que ven sus ojos. Igor González, que así se llama el vecino, logra vislumbrar la belleza oculta del edificio y no comprende cómo es posible que se encuentre en tal estado de abandono.
Igor comienza a investigar y a sumergirse en el pasado del viejo y deteriorado frontón. Descubre que ese edificio, a punto de morir de ruina, tuvo un glorioso pasado. Descubre, en fin, la primera vida del Beti Jai.
Viajamos en el tiempo hasta la primera vida del frontón, que comenzó con su nacimiento, en los últimos años del siglo XIX. El Beti Jai estaba llamado a ser el gran templo del juego de pelota de la capital, el popular deporte de finales del siglo XIX en España. Su popularidad era tal que en el Madrid de la época había varios otros frontones profesionales, en los que se cobraba la entrada y en los que, además, los corredores de apuestas hacían su agosto.
En 1891, la compañía Arana, Unibaso y Cía. decide construir un recinto para la práctica del juego de pelota en Madrid. Debía ser un edificio que deslumbrase a la burguesía de la capital, al que acudiesen incluso los Reyes. Para tal empresa, acuden al arquitecto Joaquín Rucoba, quien ya había dado muestras de su talla en proyectos como la plaza de toros de la Malagueta, en Málaga, o el Teatro Arriaga y la Casa Consistorial de Bilbao.
Para su proyecto de frontón madrileño, Rucoba hace uso de estilos y materiales bien conocidos por él, como explica Cristina Moreno, arquitecta municipal del Ayuntamiento de Madrid: “Es muy interesante en este edificio el contraste entre la fachada exterior, una fachada de ladrillo, pesada, de estilo neomudéjar, y la fachada interior, una fachada muy ligera, de elementos de hierro muy delicados, con una decoración de filigrana en las barandillas”.
Durante su corta primera vida, el Beti Jai cumplió el sueño de sus promotores. Sirvió de escenario de algunas partidas de pelota memorables, pero también albergó espectáculos equinos, conciertos de música o asambleas políticas. Era, en fin, un espacio multiusos con capacidad para unos 4.000 espectadores gracias a las gradas que se distribuían a lo largo de sus cinco alturas.
“El frontón del Beti Jai es la Capilla Sixtina de la pelota”, asegura Alberto Tellería, de la asociación Madrid, Ciudadanía y Patrimonio. “Estamos ante el frontón primordial de un juego que todavía se desarrolla en España o en América, y que se ha jugado en todo el mundo. Hubo frontones en Filipinas, en Shanghái, en EEUU, en París. Y nosotros estamos ante el más antiguo de todos los que se conservan”.
Pero en 1918, el eco de la pelota golpeando contra la pared dejó de escucharse en el Beti Jai, que ya no pudo continuar haciendo honor a su nombre. Las razones de su caída en desgracia fueron variadas: la prohibición de las apuestas, que eran el verdadero motor del juego de pelota, y la preferencia cada vez mayor por los frontones cubiertos se encuentran entre ellas.
Finaliza así la primera vida del frontón, que transita las décadas siguientes por una suerte de purgatorio de los edificios. Frente a los majestuosos planes que para el recinto albergaban sus creadores, el Beti Jai será reconvertido “en un taller de vehículos, durante la Guerra Civil fue cárcel, comisaría, luego fue lugar de ensayo de bandas de música, almacenes…”, desgrana Cristina Moreno.
Durante casi un siglo, este bello edificio permanecerá en el mayor ostracismo, y solo unos pocos eruditos y algunos ancianos del barrio conocen que detrás de la fachada de la calle Marqués de Riscal 7 se encontraba uno de los templos del juego de pelota.
Tras su inesperado descubrimiento, y maravillado ante el pasado del edificio, Igor González se pone manos a la obra en su cruzada para recuperar el frontón, y para ello crea una plataforma, Salvemos el Frontón Beti-Jai de Madrid. La plataforma logra que el Ayuntamiento de Madrid expropie en 2009 el edificio a sus propietarios, por 30 millones de euros. En 2011, es declarado Bien de Interés Cultural y el consistorio comienza un complejo proceso de rehabilitación, cuya primera fase, la consolidación estructural, toca ahora a su fin tras tres años de obras y una inversión de más de cinco millones de euros. Comienza así la nueva vida del frontón.
“Cuando el Ayuntamiento adquiere el edificio, se encontraba casi en estado de ruina”, recuerda Cristina Moreno. “La cancha era casi un bosque, llena de arbustos y árboles. El ladrillo de las fachadas prácticamente te lo llevabas con la mano, como si fuese harina. La cubierta de madera estaba completamente podrida”.
“El proceso de rehabilitación ha sido complejo y minucioso”, continúa Moreno. “Ha exigido una labor muy importante de investigación previa, para la que hemos contado con la ayuda de las asociaciones de defensa del patrimonio”.
La visión actual del frontón maravilla al visitante, a pesar de que aún falta afrontar la fase final del proceso de rehabilitación: habilitar el espacio para su uso definitivo. ¿Qué uso será? Alberto Tellería, de Madrid, Ciudadanía y Patrimonio, propone un uso mixto: “Defendemos que tenga un triple uso. Por supuesto, el uso deportivo, recuperando el uso original de juego de la pelota, entre otros. Queremos el uso cultural: se puede hacer cine de verano, teatro, conciertos, una feria de libro, desfile de moda… Y nos gustaría un tercer uso, un uso cívico. Cuando no se esté usando para otra actividad, debería poder ser usado por la ciudadanía. ¿Cómo? Simplemente como una plaza”.
En esta fase, el Ayuntamiento de Madrid tiene sobre la mesa una polémica propuesta: la de instalar una cubierta que permita cerrar el recinto. La instalación facilitaría que se ampliase el abanico de sus funciones, pero Tellería no es partidario de esa opción: “La construcción de una cubierta para este espacio es costosísima”, explica. “El Ayuntamiento siempre ha planteado la construcción de la cubierta como una concesión, pero si un concesionario entra para explotar este edificio y colocar una cubierta, la concesión tendría que ser a muy largo plazo, 50, 70 u 80 años, por lo que un edificio público pasaría a ser de uso privado”.
Mientras el Ayuntamiento de Madrid escucha ofertas y propuestas, los madrileños ya pueden visitar el Frontón y deleitarse ante la visión de espacio. Aunque solo ha dado sus primeros y titubeantes pasos, la nueva vida del Frontón Beti Jai tiene todavía muchos capítulos por escribirse.
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