La mafia estadounidense tramó asesinatos en sus salones, sus jardines se convirtieron en trincheras durante la crisis de los misiles y Tarzán utilizó el segundo piso como trampolín para saltar a la piscina: pocos lugares en el mundo albergan tantas historias como el hotel Nacional de Cuba.
Erguido desde el 30 de diciembre de 1930 sobre una colina que mira al célebre malecón de La Habana desde el barrio del Vedado, el Nacional quizá no es -según los modernos estándares actuales- el establecimiento más lujoso de la capital, pero lo suple con creces a golpe de anécdotas que se entretejen con nueve décadas de la historia cubana.
O incluso con más, ya que su ubicación «permite a grandes rasgos contar la historia de Cuba, desde los aborígenes a la actualidad», explicó a Efe Aeleen Ortiz, especialista de la Oficina de Historia del hotel.
CAÑONES Y MISILES
Siglos antes de que la estadounidense Purdy and Henderson construyera en 1930 el hotel, uno de los primeros de Latinoamérica con armazón de acero, los hoy extintos aborígenes se refugiaron en cuevas de esa colina, la misma en la que tras la invasión británica a La Habana en 1562 se instaló la batería de Santa Clara, uno de los enclaves de los cañones cuyo fuego cruzado defendía la ciudad.
De ese pasado aún quedan testigos. Dos enormes cañones en el jardín -uno español, el «Ordóñez» de Asturias- recuerdan el pasado colonial de la isla y lo conectan con su historia contemporánea, porque a unos pasos de esas imponentes armas se encuentran las trincheras y túneles de la crisis de los misiles en 1962.
«Desde este jardín se podía proteger La Habana de una posible invasión estadounidense que se esperaba después de la invasión por Bahía de Cochinos», cuenta la historiadora, quien asegura que muchos de los clientes que llegan al hotel «buscando historias de famosos» se sorprenden al encontrar también este vestigio del momento en que el mundo estuvo más cerca de una guerra nuclear.
Pero tanta historia como los jardines tienen las ocho plantas del edificio, cuyo primer gerente se curtió antes en los lujosos Waldorf Astoria y Plaza de Nueva York.
Aunque hoy, por la pandemia del coronavirus, el establecimiento funciona a medio gas, el Nacional «es el escenario de cuanta historia hay en La Habana, no hay un famoso del mundo que no pase por el hotel cuando viene de visita, se hospede o no (…)», apunta Ortiz.
MAFIOSOS SIMPÁTICOS
Entre las peticiones más habituales están las de recorrer los escenarios en los que la mafia ítalo-estadounidense maquinó sus tropelías, o dormir en la misma habitación que ocuparon Frank Sinatra y Ava Gardner durante una luna de miel en la que la bellísima actriz dejaba al flamante esposo durmiendo para escabullirse a beberse la noche habanera.
Corrían los años 30, Las Vegas no existía y mientras la Ley Seca regía en Estados Unidos, en la cercana Habana corría el alcohol y el juego era un nicho virgen.
La mafia del país vecino no tardó en percatarse del potencial de la isla y en 1946 celebró en el Nacional una histórica convención encabezada por Charles «Lucky» Luciano (hospedado en la habitación 211 y con Sinatra en la contigua) en el que aprovecharon para -literalmente- repartirse el pastel.
«De los mafiosos se hablan muchas cosas pero eran hasta simpáticos, interactuaban con los clientes y empleados, les preguntaban hasta por la familia», afirma la historiadora del hotel.
Aunque recordó «la otra cara de la moneda», como la planificación del asesinato de Ben Siegel, «padre» de Las Vegas, cuyo asesinato se decidió en el comedor Aguiar del Nacional.
Muchos llegan también al lugar preguntando por Al Capone, pero si bien el más famoso integrante de la Cosa Nostra pasó por La Habana, lo hizo en 1928 y se hospedó en el hotel Sevilla. Fue invitado a la «cumbre mafiosa» de 1946 pero acababa de salir de la cárcel y estaba muy enfermo.
UN BAÚL OLVIDADO
A estas y otras cientos de historias tiene el hotel dedicada una «galería de la fama» que hace las veces de bar y en la que fotografías y objetos se suceden para tratar de resumir en unos pocos metros nueve décadas de glamour caribeño.
Imágenes de artistas, realeza europea, políticos -más de cien jefes de estado- y deportistas conviven con un misterioso baúl de equipaje olvidado en la consigna del hotel, antiguas cartas del restaurante, y misivas de agradecimiento.
También puede verse una de las ruletas del casino inaugurado en 1956, el mismo año en que a Nat King Cole se le vedó el hospedaje por ser negro. La ruleta tuvo los giros contados porque tres años después Fidel Castro prohibió el juego por dinero tras el triunfo de la Revolución y así sigue hasta hoy.
Winston Churchill, Walt Disney, Cantinflas, María Felix, Rita Hayworth, César Romero, Spencer Tracy, John Wayne, Lola Flores, Josephine Baker, Jean Paul Sartre, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, Mario Benedetti, Marlon Brando, Sara Montiel, Victoria Abril o Francis Ford Coppola integran una interminable lista de celebridades que han dormido en el Nacional.
Una nómina que también permite trazar la historia reciente del país: si en los años 40 y 50 priman la mafia, las estrellas de Hollywood y del cine mexicano y español o la realeza, a partir de los 60 proliferan las de los intelectuales y políticos amigos de la izquierda, sazonados de nuevo con la farándula a partir de los años 90, cuando Cuba se reabre al turismo.
EL MAYOR RETO, CONSERVAR
Aunque uno de los momentos de mayor ebullición es mucho más reciente. El «deshielo» con Estados Unidos atrajo a tantos estadounidenses que por el lobby del hotel «no se podía ni caminar», recuerda Ortiz.
El Nacional alojó a buena parte de la comitiva de Barack Obama durante la histórica visita del entonces presidente en 2016 y en esos días regresó también una pareja que se alojaba en el hotel durante su luna de miel y vivió allí el triunfo de los «barbudos» de Castro.
Hoy, el hotel -propiedad del Estado cubano desde su construcción- no es ajeno a las estrecheces económicas del país y «tiene muchísimos retos por delante», pero en los últimos meses ha invertido «muchísimo» en remodelaciones, entre ellas la restauración de la fachada.
«Y conservar», subraya la historiadora del establecimiento. «Dentro de todo lo que hagamos para mejorar los estándares siempre está la premisa de que el hotel es un monumento nacional, por lo tanto no lo podemos transformar, lo que nos toca es conservar el patrimonio de Cuba y ofrecerle a las personas esa historia, que es lo que están buscando, pero con las comodidades del presente».
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