París quiere revitalizar el negocio de los emblemáticos «bouquinistes» (libreros de viejo) del río Sena con la reapertura de casi una veintena de las casetas que se fueron quedando vacías por las sucesivas crisis de los últimos años.
Las protestas semanales de los «chalecos amarillos» en 2018 y el incendio de la catedral de Notre-Dame en 2019 provocaron una fuerte reducción de la afluencia de clientes a las 230 casetas, unido a la pandemia de coronavirus, obligando a algunos «bouquinistes» a echar el cierre.
Para revitalizar este negocio, el Ayuntamiento convocó un proceso para ocupar los 18 puestos ubicados en las calles aledañas al Sena y a ambos lados de la Isla de la Cité (donde se encuentra Notre Dame), donde llevan desde el siglo XVI. La convocatoria alcanzó la cifra récord en diez años de 71 solicitudes para ocupar uno de los puestos. La media de edad de la mayoría de los «bouquinistes» actuales ronda los 50 años, aunque hay excepciones.
En algunos casos se trata de personas retiradas de su oficio, pero con una gran vocación y amor por la literatura. El Ayuntamiento de París asegura que no ha habido un perfil específico para lograr una plaza, aunque «la carta de presentación siempre es importante», afirma un portavoz del consistorio. «No es un trabajo fácil y es importante que los solicitantes sean conscientes de ello y no se limiten a reproducir la imagen novelesca que se puede hacer del bouquiniste», añade.
EL TURISMO, PRINCIPAL FUENTE DE INGRESOS
En la mañana de un martes invernal, hay poco libreros que mantienen su puesto abierto a lo largo de varios centenares de metros en esta calle ubicada entre la catedral de Notre Dame y el río Sena, en la que tampoco hay muchos visitantes. El turismo aporta más de la mitad de los ingresos a estas casetas. Unicamente una cuarta parte de los clientes proviene de la Isla de Francia (región donde se ubica París), aclara a Efe uno de los «bouquinistes».
Cuenta que la mayoría de los puestos suelen abrir a finales de semana, cuando se registra mayor afluencia. El viernes la estampa es totalmente diferente. La mayoría de las casetas, que tres días antes estaban cerradas, tienen sus puestos abiertos repletos de clientes y turistas curiosos.
Estos vendedores no pagan más que una pequeña proporción de sus ventas por ocupar la vía pública porque el Ayuntamiento de París considera que aportan vida a la ciudad. A pesar de que hay 71 aspirantes a ocupar tan solo 18 casetas, el presidente de la Asociación Cultural de Libreros de París, Jérome Callais, no considera que sea una fuerte demanda. Callais espera que el nivel de los candidatos sea «interesante y de calidad».
UN BOUQUINISTA NO ES UN VENDEDOR
En las casetas se venden, además de libros, postales, dibujos y pinturas emblemáticas de Francia o postales y recuerdos de rincones típicos de París. Para Callais, un bouquinista es «fundamentalmente» un librero. «Es un oficio que se aprende y que no se termina de aprender hasta que uno muere», dice. «Para vender postales de la Torre Eiffel» sirve cualquiera, zanja.
Callais insiste en que este es un trabajo duro y no consiste solo en abrir las casetas: «Es un oficio y un trabajo al mismo tiempo». «Hay que encontrar los libros y comprarlos, negociarlos, transportarlos, verificarlos (…), embalarlos y después venderlos en los muelles con el frío del invierno y el calor del verano», relata.
Se trata de una profesión que hay que cuidar para que permanezca en el futuro, reflexiona Callais. Como consecuencia de la pandemia y para tratar de mantener el negocio a pesar de la falta de turistas, decidieron abrir un sitio de internet (bouquinistesdeparis.com) para la reserva de libros. Los «bouquinistes» del Sena entraron en 2019 en la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial Francés. Ahora buscan obtener la declaración de Patrimonio Inmaterial Mundial de la Unesco, que esperan lograr en 2024.
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