Con la continuación de las restricciones por la pandemia, que mantienen cerrados los museos, los cementerios parisinos han pasado de ser lugares de duelo a pequeños paraísos apartados del frenesí de la ciudad donde muchos encuentran el arte además de la tranquilidad en tiempos convulsos.
La naturaleza salvaje compuesta por el musgo, los cedros y los caminos sinuosos de Père-Lachaise, el más famoso de ellos, nos trasladan a otro mundo que, con la vida puesta en pausa por la pandemia, atrae a contemplativos, ascetas, parejas y paseantes.