En 1896, años antes de que grandes ciudades como París, Berlín o Nueva York tuvieran un tren subterráneo, en Budapest, la entonces segunda capital del Imperio Austro-Húngaro, ya circulaba un metro que fue en su día un prodigio tecnológico en una ciudad en pleno salto hacia la modernidad.
El Reino de Hungría, como un Estado dentro del Imperio, festejó aquel año el milenio de su existencia con una serie de inversiones de prestigio, como la construcción del segundo metro totalmente subterráneo del mundo, tras el de Londres.
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