A este pueblo se le puso el apellido “de las Bodegas” por una sencilla razón: cuando no existía Internet ni San Google que permitiera descubrir cualquier cosa, los lugareños pensaban que podía existir otro Setenil. Donde fuese. Y entonces se añadió ese de las Bodegas para diferenciarlo de cualquier otro. Por eso y porque en la zona siempre había habido mucho viñedo y bodegas en las que se guardaba el vino.
Pero no hay otro Setenil, se mire por donde se mire, con apellido o sin él, aunque solo sea porque este hermoso pueblo que forma parte de la ruta de los pueblos blancos de Cádiz cuenta con un arquitecto muy particular: el río Guadalporcún.
Ha sido el caudal de este río, afluente del Guadalete, el que ha generado la particular fisionomía de esta localidad, que es además, uno de sus mayores atractivos turísticos: “En otros sitios hay casas cuevas, claro que sí, construidas por el hombre. En Setenil no es que haya casas cuevas, es que hay calles enteras de casas integradas en la roca, calles embutidas en la roca”, comenta Carmen Porras, guía de turismo local. Y todas originadas por la erosión del agua, en su construcción no ha intervenido la mano del hombre. Llama tanto la atención que han venido muchos arquitectos de todo el mundo, por ejemplo, unos de los primeros en acudir fueron estudiosos de la Universidad de Japón.
En efecto, sus calles cubiertas por rocas es lo que ha dado fama a este municipio: paralelas al río, las Cuevas del Sol y de la Sombra, Jabonería, Cabrerizas, Calcetas, Calañas, Herrerías… es un auténtico placer pasear por estas vías de troglodita belleza.
Tan impactados se quedan los turistas que las ven por primera vez que no se paran a conocer el resto del pueblo y es una lástima, como dice Porras: “La zona de la Alcazaba es una de las más desconocidas”. En el conjunto histórico del pueblo destaca la antigua Casa Consistorial, hoy oficina de Turismo, con un precioso artesonado mudéjar; el balcón del ayuntamiento, que ofrece una hermosa vista; el torreón, con su subida y las flores que la adornan, de cuyo cuidado se encarga Isabel, siguiendo el legado de su marido… El aljibe árabe, la casa de la Damita de Setenil, una Venus con 5.000 años de antigüedad, lo que acredita la vida en las cuevas desde la Prehistoria; la ermita de San Benito, de San Sebastián, etc.
Aparte, destacan varias rutas naturales como la ruta de los bandoleros, de algo más de 10 kilómetros y que termina en las interesantes ruinas romanas de Acinipio, que, aunque pertenecen al término de Ronda, están más cerca de Setenil (a seis kilómetros concretamente). También está cerca las denominadas Cuevas Román, que se están recuperando ahora mismo: se trata de un área fluvial que conecta el río con el pueblo discurriendo entre tajos y casas cuevas.
Pero sin duda, lo que debe hacer el viajero es pasear por las calles de las cuevas. Las dos calles más típicas son la del Sol, que es la que más luz recibe en las fachadas de sus casas; y la de la Sombra, en la que el cielo ha sido sustituido por roca suspendida entre las dos hileras de fachadas encaladas que la flanquean.
Y, tras la caminata, sentarse en cualquiera de sus bares/restaurantes para disfrutar de platos como las migas setenileñas, la chacina local o las hamburguesas típicas de la localidad, las masitas de chorizo y de salchichón, una de las tapas más solicitadas: “En realidad su origen viene de la prueba del cerdo, de la carne que se probaba cuando se hacía la matanza”, aclara Porras.
Y es que, por unas cosas u otras, hubiese sido un pecado que Setenil de las Bodegas no estuviese en la lista de los Pueblos más Bonitos de España.