Se podría decir que en Madrid hay mucha construcción, mucho edificio de ladrillo caravista rojo, y poca arquitectura, pero hablando de ésta última también hay proyectos harto interesantes. Es el caso de un edificio al lado de la Avenida de América que se levanta orgulloso como si fuera orgánico, como una planta, al menos esa fue la intención del arquitecto en su diseño exterior si bien el interior te traslada rápidamente a otros escenarios como la consulta de un dentista o incluso, un submarino.
Torres Blancas desata pasiones y odios a partes iguales. Lo cierto es que si el exterior no deja indiferente, ¡qué decir del interior! No en vano es el edificio de Madrid donde más rodajes se graban al año en una lúcida estrategia de la comunidad de vecinos por intentar cubrir las numerosas y cuantiosas derramas que tienen al año. Por allí ha pasado, por ejemplo, C. Tangana para grabar la canción de Los Tontos; se han rodado escenas de la película Los Límites del Control, de Jim Jarmusch; Cristo y Rey de Antena 3, alguna vecina se ha topado con Antonio Banderas rodando un anuncio…
Este fervor de grabaciones se debe a que la obra del arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza es emblemática pero también pierde dinero a espuertas: las derramas, como decíamos, son constantes (y como cuenta algún vecino, nada económicas al tratarse de una construcción poco convencional y realizada con materiales como ¡madera de barcos!).
La tarifa media por rodar en espacios comunes es de 6.000 euros al día, negociables según ocupación y tiempo. Aproximadamente cada dos meses suele haber uno y no nos extraña considerando que el interior de Torres Blancas puede parecer desde un submarino (las escaleras destinadas al servicio), a una nave espacial (puertas principales y ascensores), una reproducción de un barco de un parque de atracciones (los camerinos de la piscina) o incluso, la consulta de un dentista (hall de entrada).
Torres Blancas fue vanguardia en su día y lo sigue siendo en la actualidad. Es hermoso, pero a todas luces, nada funcional: a Sáenz de Oiza le gustaba lo de acceder a los sitios bajando las escaleras, como si los vecinos fuesen de la realeza, pero lógicamente eso no tiene en cuenta las necesidades actuales de accesibilidad: “Muchas personas mayores están vendiendo sus casas, por los accesos con escaleras a sus viviendas”, comenta un vecino. En las casas de los pisos inferiores por ejemplo, hay rejas en las ventanas, que tampoco pueden tocarse al estar protegidas y que complica la tarea de escapar en caso de incendio…
La construcción se concibió para viviendas de lujo muy amplias (algunas superan los 200 metros cuadrados), con escalera de servicio (que no comunica con la de los vecinos) y en la que se pierde ese carácter señorial del resto de espacios: aquí no hay mármol ni ceniceros en los pasillos, solo una escalera de caracol que gravita y que algún que otro vecino utilizó durante la pandemia para hacer ejercicio subiendo y bajando los 23 pisos de la torre. Símbolo de ese pasado señorial es también el montaplatos, convertido en armario de cocina en muchas casas, que comunicaba con el restaurante que antaño estuvo en la planta superior y que actualmente es un espacio cerrado y vacío.
Las viviendas (en muchas se han incorporado las terrazas al salón) constan de amplios salones-comedores en contraposición con las habitaciones, más pequeñas. Aunque visto desde fuera el común de los mortales puede pensar que es difícil amueblar una casa con paredes curvas la realidad es que no todas las paredes lo son y no es tan complicado pensar en la decoración como pudiera parecer. Eso sí, lo de taladrar para hacer un agujero puede ser tarea de titanes. “Para hacerlo en las paredes de hormigón tienes que traer una Hilti, que es una máquina profesional para hacer agujeros en rocas”, comenta otro vecino. Para que se hagan una idea, si se tienen que reparar los rodapiés de madera de las partes curvas de las casas, se ha de acudir a un ebanista, no es suficiente con un carpintero; la carpintería de madera de las ventanas son recicladas de astilleros del Norte (y las que dan a fachada no se pueden cambiar aunque no aíslen debidamente ni del frío ni del ruido de la arteria colindante al edificio). Los pavés de los baños son originales, así que si uno se rompe encontrar algo similar es toda una aventura. Nadie dijo que vivir dentro de una obra de arte fuera fácil, sin duda…
El edificio, de 81 metros de altura, fue encargado por Huarte a Francisco Javier Sáenz de Oiza en 1961. En un principio iban a ser dos torres, pero el proyecto se quedó en una. Además, la construcción fue un fracaso económico, tanto es así que el constructor pagó parte del trabajo del arquitecto con un dúplex, que al parecer a Sáenz de Oiza no le gustaba porque tenía mucho ruido del exterior.. Arriba del todo, está la azotea y la serpenteante piscina fría como el polo porque nunca recibe luz del sol. De nuevo, las escaleras de acceso a esta parte tampoco facilitan la tarea a niños y personas mayores que se pierden una de las vistas más espectaculares de todo Madrid.
“El edificio Torres Blancas, que por cierto ni son torres ni son blancas porque es una y oscura, fue una obra excepcional tanto del arquitecto como del promotor, la familia Huarte, una familia de constructores con una visión excepcional. Creo que es una de las obras cumbre no solo de la arquitectura española sino mundial de la época, un edificio singularísimo, de una arquitectura insuperable”, comenta el arquitecto Carlos Lamela. Y añade: “Es seguramente también un edificio experimental, no solo para la época. Experimental porque el arquitecto y el promotor quisieron probar unos conceptos de vivienda que entonces resultaban revolucionarios. Debería ser considerado un BIC como en su momento ha sido el Banco de Bilbao. Mi opinión es que deberíamos restaurarlo a costa de Patrimonio y no a costa de la comunidad de vecinos”.
Lamela habla de una especie de ciudad Babilónica que resultaba ese edificio cuando lo visitó por primera vez siendo niño y lo cierto es que algo de Babilonia sigue teniendo: aquí se mezclan distintas clases sociales, algunas más burguesas, otras no tan pudientes, y mientras unas defienden abrir el edificio al exterior para que pueda seguir vivo, otras prefieren seguir ancladas en ese pasado señorial y que no entren foráneos. En Torres Blancas conviven vecinos y negocios de lo más variopinto, como una sastrería de toreros, un par de productoras o un psicólogo, nada supersticioso, que tiene su consulta en la planta 13 y desde donde ha habido algún que otro suicidio. Hablamos de una comunidad de vecinos como cualquier otra, con sus más y sus menos: en una ocasión de hecho tuvieron que parar la idea extravagante de algunos que querían recuperar el blanco del nombre utilizando pintura Titanlux en la fachada… Otra curiosidad: cuando se reúnen tienen que alquilar un espacio en la finca adyacente porque ellos no disponen de espacio adecuado para ello. “El parking es pequeño, el jardín superior no es muy práctico, los techos son bajos… está más pensado para el arte que para vivir”, añade un vecino. Y no le falta razón, basta entrar en una de sus imágenes más icónicas, el hall de entrada que el arquitecto concibió, dicen, tras una noche con dolor de muelas.
El año pasado los vecinos pagaron aproximadamente 8.000 euros por vivienda en gastos de comunidad. “Ahora estamos pagando unos 490 euros sin derramas, pero van a empezar dos en breve. La comunidad incluye calefacción, agua, portería 24 horas (al frente de ella, Rafa, que heredó el puesto de su padre), jardinería, mantenimiento de la piscina y zonas comunes..”, explica una vecina quien añade que lo que quieren es dar la imagen de una comunidad normal, como cualquier otra, “Y de nuevas generaciones habitando espacios diseñados para otra época que tienen unos problemas muy específicos por el tipo de construcción que es”. Y es que belleza y funcionalidad a veces no van de la mano.
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